La vida son los miseros segundos que deciden la cara o cruz de la moneda que está de canto encima de la mesa.

lunes, 10 de marzo de 2014

Hoy. Reventar. Explotar.

La sensación del hoy, similar a la del ayer, a la del pasado. Ha llegado un momento en el que me he sentido exactamente igual que hace unos años. Que un palo tras otro empieza a destrozarte por dentro, no obstante intentas seguir luchando, intentas sacar la sonrisa que siempre sacas y seguir adelante, tragando orgullo y dejando todo pasar por lo que dicta tu corazón. En el fondo de tu interior sabes que nadie jamás haría o hará eso mismo por ti, pero aún así, te sientes orgulloso es lo que quieres, es lo que te sientes, y a fin de cuentas, es lo que te hace feliz. Uno detrás de otro, pero tú continuas con tu entereza e intentas no derrumbarte hacer como si nada. Intentas promulgar la lógica y la idea del sentimiento porque a fin de cuentas es la idea por la que tú mismo te guías, y quieres que, aunque no igual que tú, la gente te trate y actúe como tu actúas con ellos. No dejándose llevar, no pensando en caliente, y anteponer siempre lo que se siente a todo, sin olvidar las promesas que se han hecho. Pero después de tanto, llegas a un punto muerto en el que empiezas a cuestionarte, si, verdaderamente, tu forma de vivir y de actuar justa y lógicamente es la correcta en un mundo de injusticia, ego y putadones.

El rugido del León.

Intento evadirme de todo, intento no pensar, intento dejar que el fuego se apague y que el tema se enfríe para no pensar en caliente, ser yo mismo y ser como me gusta ser, objetivo. Pero entonces llega el maldito momento en el que ya nada puede evitarlo, ya no puedo callarlo. Necesito hablarlo. Decirlo. Necesito pegarle a algo. Hacerle boquetes a las paredes y desencajar los nudillos. Sentir el calor de las manos para que se calme la cabeza. Necesito salir, huir de todo, desparecer después de gritarlo.
Nada podrá resguardarte. Nadie podrá calmarte. El cachorro se convierte en león deseando sacar los colmillos a la par que se ruge.


Mismos momentos tú diferente. Tú igual, diferentes momentos.

Y entonces llega una situación, un momento, una acción, da igual lo que sea, un ''algo'' que activa tu cerebro y te hace recordar un momento que viviste, otro ''algo'' bastante similar  parecido, casi podríamos decir que igual. Como muchas veces he dicho, no hay ninguna situación exactamente igual, siempre habrá, por suerte o por desgracia un 0.000001% que marca la bendita o puta diferencia. No obstante te lo recuerda, y también, mínimamente te recuerda la sensación y los sentimientos de ese momento. Entonces empiezas a multiplicar las preguntas que preguntas a tu cabeza, y no sabes si es la misma situación y te vas por las ramas, casi tanto como yo a la hora de escribir lo que siento. Llega un momento en el que el miedo se apodera de ti, pensando que todo lo que querías cambiar y has llegado hasta el ahora sin haber cambiado una mierda, y entonces te asusta estar desperdiciando tu vida.

No importa cuánto hagas, como la constancia que dejes de ello.


Hoy me siento que nada me importa y que no le importo a nadie. Que tan sólo soy una sombra más pero sin cuerpo presente. Todos se quejan de lo que tiene de lo difícil que les resulta la vida, lo que cuesta llevar a cuesta la pesada carga convertida en chepa inseparable. Y ciertamente para cada persona su carga es más pesada que las demás, y yo no voy a ser menos. Pero a menudo intento decir, esta carga es mía, puedo con ella, así que ayuda a los demás con las suyas. Trago orgullo, trago egoísmo e intento situarme como pilar de los demás, aunque la experiencia ya me ha gritado que no sirve de nada, pero sin embargo voy ahí, de cabeza y sin pensármelo dos veces. No me importa la fatiga, el dolor o el sufrimiento si con ello ayudo a los demás y lo hago, aún sin saber que, ciertamente, nadie se acordará de nada, porque para ellos, fueron ellos mismos los que soportaron su propia carga sin ayuda.
Por mucho que hagas, si no dejas constancia, nadie se acordará de quién fuiste o de lo que hiciste.