No hay mayor error que el temor de vivir lo que de verdad queremos, de asumir lo que somos, de mostrarnos tal y como somos. De decir lo que queremos decir, e incluso lo que no queremos por miedo. El temor es absurdo, es inservible, es encerrarse en uno mismo, y no salir ni a tomar el sol.
No hay que tener miedo a vivir, a equivocarnos, a aprender aunque sea a ostias y moratones, a base de caídas, a base de puñaladas por la espalda. El temor a vivir, el temor a salir, el temor a arriesgar, es una cárcel sin barrotes, en la que nosotros mismos estamos propio gusto. Tarde o temprano todos tenemos que aprender, tarde o temprano las cosas suceden, unas y otras, de distintas formas, momentos y con distintos sucesos, personas y acontecimientos. Por eso debemos ser firmes, aguantar el tipo, y con firmeza demostrar lo que somos, demostrar lo que eres, demostrar lo que vales, lo valioso único y especial que eres y que tienes. Gritar que eres tú, que estás ahí que no pasas desapercibido, pero no se trata de gritar a la gente, si no de gritártelo a ti mismo, a tu persona, a tu forma de ser.
Y sin miedo, conseguirás lo que quieres, o quizás no lo consigas, pero luchando estás más cerca de conseguirlo que quedándote parado viendo como todo sucede, al final, sale a la luz la verdadera actitud humana, pues vivimos esperando las buenas oportunidades, y quien espera, desespera y decepciona y quien lucha puede conseguir su objetivo, pero esperando, solo consigues que pasen las múltiples oportunidades, y entonces, llega la madera.
Vivimos deseando que llegue el momento oportuno, mientras todo pasa. Pero el momento es ahora.
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